La «alarma social«, esa intoxicación informativa y epidémica que algunos llaman infoxicación , no está producida por el escándalo ante un suceso real, sino por el impacto de una realidad mediada –la noticia – que constituye una realidad nueva más dramática y por eso más falsa, ficticia, inexistente, creada, construida, por los medios y que acaba siendo la que llega de verdad a los ciudadanos llenando sus vidas de incertidumbre, de inseguridad, de visiones distorsionadas o incluso de miedo. No es la realidad la que alarma, sino la repercusión de algunos sucesos convertidos en noticia y amplificados por el parloteo de tertulias televisivas y radiofónicas y los comentarios de las redes sociales. Noticias que, lejos de analizar y explicar el hecho real profundizando en su contexto, no hacen sino encapsular y propagar sus rasgos distorsionadores infecto contagiosos a todos sus consumidores.
Un hecho puntual de carácter local, generalmente dramático –unas imágenes en el metro, un suicidio infantil, una víctima…–, se convierte en noticia, es decir, en la presentación periodística del hecho; se repite y se repite y se repite, esto es, se multiplica; pasa a los tertulianos que lo manosean de opiniones sin fundamento y lo vocean y amplifican sin aclararlo; la alcachofa del periodista becario busca a pie de calle algunas voces anónimas para que expresen su estupor, su sorpresa o su aprensión; quizá se añada la opinión de algún político o, lo que a veces es peor, de algún experto; las redes sociales comparten, distribuyen, cotillean,… amplifican de nuevo, pero no aclaran nada. A estas alturas, ya no tenemos un hecho, tenemos un fenómeno social. De hecho, el hecho en sí pasa a un segundo plano (nadie sabe qué pasó exactamente ni por qué y ya no importa) quedando sólo la especulación y la cháchara; la cosa dura lo que dura dura, es decir, hasta que llega al límite de su capacidad de penetración o saturación informativa. Entre tanto, se ha creado esa sensibilidad alérgico-social llamada “alarma”.
Es la superficialidad y la toxicidad de las noticias de las que hablábamos el otro día y de las que estos días he podido tener una muestra viva en mi trabajo educativo: tenemos en el colegio una auténtica epidemia de noticias de acoso escolar. Está el acoso en la agenda mediática y pasa por eso al imaginario colectivo llamado opinión y está en las mentes, los móviles y las bocas de todos y, lo que es peor, acaba estando también en la misma realidad, aunque no sea la realidad física sino una realidad virtual.
De repente, los inevitables y necesarios roces con la realidad física y psicológica de los demás que los niños deben afrontar desde Infantil en el sano proceso de socialización y crecimiento que proporciona la convivencia escolar -y que es quizá el máximo bien que la propia escuela puede proporcionar-, se convierten en objeto de denuncia ante las autoridades educativas por parte de unos padres que, alarmados por la superficialidad y el dramatismo de las noticias, interpretan la realidad de manera torticera. Los alumnos interiorizan el concepto de acoso que flota en el ambiente, incorporándolo a su imaginario cotidiano y así contestan en las encuestas que uno de cada tres ha sido acosado o ha sido acosador. Los profesores, la Administración, todos, nos instalamos en una burbuja artificial y problemática creada por los telediarios y trasladada al cotilleo de la puerta de los colegios o al chismorreo del whatsapp. Las noticias sobre el acoso nos acosan hasta que acaban distorsionando el acoso convirtiendo en acoso lo que no lo es. Son tóxicas.
No es sólo –como decíamos en el post de hace unos días- que sea difícil encontrar una sola noticia cuya información haya sido determinante para influir en nuestras vidas, sino que cada vez que la superficialidad de las noticias roza nuestro mundo más próximo –ese que conocemos bien porque lo vivimos- nos damos cuenta de hasta qué punto el generador de noticias –que no periodista- lo desconoce absolutamente.
Lo malo es que ese desconocimiento no es inocuo. Porque, si nos dejamos llevar por la sensación de veracidad de ese mundo nuevo y falso que contribuye a crear, sí que puede cambiar notablemente nuestra percepción de lo real hasta el punto de hacernos tomar decisiones erróneas sin ninguna base real, pero que acaben modificando la realidad.
Esta “Toxicidad informativa” aquí señalada, conociendo las consecuencias tan magistralmente descritas en este y en el anterior articulo, en su faceta de “producto” creado y dirigido deliberadamente, ¿no es una forma de corrupción tan detestable, al menos, como la corrupción relacionada con el enriquecimiento fraudulento? Contra la corrupción, en su faceta económica, hay actualmente una sensibilización social, de la cual cabe esperar resultados que la limiten, que la hagan disminuir, -vamos a soñar- ¡que la erradiquen! La corrupción generada por la toxicidad informativa, no es menos nefasta. Será igualmente necesario combatirla. El primer paso es identificarla como tal. El primer paso está dado.
Coincido plenamente contigo.
Desde la masificación de la información periodística, se ha venido fabricando información para el consumo, pero hasta la llegada de la televisión, este tipo de información-producto se mantenía enmarcada en cauces reconocibles opuestos a lo que se reconocía como información seria. El papel de intermediario necesario del periodismo no solo no se cuestionaba sino que se veía como una garantía de la democracia. La llegada de la tele y la necesidad de las audiencias, fue convirtiendo la información en espectáculo mediatizado por las imágenes y la competencia-magistralmente descrito por Clooney en «Buenas noches y buena suerte»– y la corrupción de la información y de los que la producen no ha hecho sino aumentar. El papel de la prensa hoy está tan desacreditado o más como el de los políticos. En los dos ámbitos, efectivamente, ha eclosionado un tipo de corrupción de aquello para lo que unos y otros están destinados: la búsqueda de la reflexión y el análisis de la realidad en unos y el servicio público en los otros.
Sin embargo, ambos siguen siendo imprescindibles y, gracias a Dios, sigue habiendo buenos políticos y buenos profesionales, a pesar de las noticias.