Patrícia antes y después de descubrir el agua

A lo largo de algunos capítulos hace un poco de historia desde que las primeras maniquís eran las propias empleadas de las modistas que en desfiles privados llevaban la ropa puesta para que las clientas se pudieran hacer idea. Luego, la cosa se hizo más pública y con esa publicidad de la ropa, se hicieron igualmente públicos los cuerpos de las portadoras confundiéndose por primera vez «mujer y prenda, persona y objeto, mediante un sencillo recurso lingüístico ideado por [Lucile Duff Gordon en sus desfiles de Londres.]: utilizar el término ‘modelo’ para referirse a ambas, maniquí e indumentaria.» Mediante un recurso lingüístico sencillo y mediante un aún más sencillo e inevitable fenómeno óptico que no es precisamente un espejismo: lo que el ojo ve es un vestido que se muestra sobre un cuerpo que es mostrado y el cuerpo pertenece a una persona no a una muñeca hinchable ni a un maniquí de cartón.

De ese modo, «la mirada inicialmente solicitada a las futuras compradoras [se convirtió] en una mirada objetificadora que atendía tanto al traje como a la persona que lo exhibía». Una mirada que «fue tildada de remarcablemente ofensiva. […] Colette calificó a las modelos de “cebo vivo”». Extraordinaria, durísima, lamentable, pero certera expresión que se puede aplicar a cualquier famoso que presta su cuerpo para anunciar cualquier producto.

Siempre me ha interesado la misteriosa mecánica de esa mirada interesada a esos cuerpos de actores, modelos y famosos que siempre son imágenes mediadas y construidas por la cámara y por los medios; que son más personaje que persona, objetos de consumo, referentes mitificados por la fama, productores de valor utilizados para comunicarlo a otros productos, pero que nunca dejan de ser finalmente personas. Personas que utilizan su cuerpo como reclamo, como “cebo vivo”, por lo que, de algún modo, lo prostituyen. No tenemos cuerpo, sino que somos cuerpo por lo que una imagen fija o en movimiento de un cuerpo humano nunca es sólo una representación de un objeto, sino de un sujeto convertido en objeto. Me maravilla, me sorprende siempre la facilidad con la que nuestro ojo es sensible a esa carnaza objetificadora, por la que acaba pagando, por la que termina comprando, por la que incluso llega a cambiar de códigos o de conductas. En el año 98, Anagrama publicó un ensayo imprescindible sobre este tema: El Factor Fama, de Mercedes Odina y Gabriel Alevi.

Y hoy la cosa continúa. «Todavía hoy las modelos son mujeres a las cuales se mira mucho, de las que se habla mucho, pero a las que raramente oímos o leemos. Su silencio es una máscara sobre su persona que contribuye a construir la abstracción de su figura. Alienadas y alienantes, su mutismo las sitúa más allá de lo humano y les confiere un cierto carácter de autómatas que contribuye a mantener el aire de indiferencia cool que personifican».

No se habla de ellas, pero ellas nos hablan mucho a nosotros de tal modo que «nos parece lo más normal que una figura ajena marque nuestros modos de ver, ser y sentir [de modo que] al igual que los pequeños pececitos de la historia que nadaban en agua sin saberlo, es posible que no percibamos este estado de cosas, ni sintamos la necesidad de cuestionar tales figuras». En mi caso, las cuestiono. Hace tiempo que descubrí que había agua.

Mirar es hoy constantemente consumir. Consumimos personas, modelos, actores, personajes; consumimos anuncios mucho antes de terminar consumiendo productos. Aunque finalmente acabamos haciéndolo. «Nuestra retina nada en un canon líquido al servicio de la insatisfacción y la economía de consumo».

El capitalismo consumista privilegia la mirada «nuestro sentido más objetificador. […] Percibimos las imágenes como una presentación de la realidad más fidedigna que la palabra hablada o escrita, la fotografía se vuelve más imperativa que la escritura, pues impone su significado de un solo golpe, sin analizarlo o diluirlo. Ver se asimila a conocer.» Ver se asimila a poseer. Aún así, el ojo engaña la mirada de modo que no consigue ver sino lo construido. «Soy una ilusión óptica» aseveraba Clotilde, top model de finales de los setenta. Una ilusión que mueve montañas de decisiones de consumo.» Montañas de dinero.

Referencias

¡Divinas!, modelos, poder y mentiras, Patrícia Soley-Beltrán, Premio Anagrama de Ensayo 2015, Anagrama, Barcelona, 2015.,

Divinas, … reseña resumen.

El Factor Fama, Mercedes Odina y Gabriel Alevi, Anagrama, 1998