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Fabrice Hadjadj

Dios está en todas partes. De acuerdo. ¿También en los medios?

Fabrice Hadjadj, del que ya reseñamos un estupendo ensayo en el que confrontaba con ingenio y profundidad la tecnología y la vida representadas en esos dos objetos cotidianos que aparecen en su título en francés –Tablette vs table, ha publicado ahora una nueva colección de ensayos entre los que se encuentra Poder tecnológico y pobreza evangélica, una conferencia que dio en Asís. De padres de ascendencia judía e ideología maoísta, Hadjadj se convirtió al catolicismo en 1998 y ejerce como profesor de filosofía y literatura en Toulon.

No es misión de este blog hacer apología de ningún credo religioso, pero el ensayo de Hadjadj –siendo expresión de la fe católica que compartimos– puede servirnos  a todos, independientemente de nuestras creencias, para reflexionar una vez más sobre la naturaleza de los medios que constituyen el núcleo duro de este blog y del medioambiente simbólico en el que nos movemos.

Es común la queja que proviene del mundo católico acerca de la desventaja en la que se mueve en los media que –a su juicio– en su mayor parte se manifiestan ferozmente beligerantes con el cristianismo. Y es hoy también frecuente la idea en ambientes pastorales y religiosos de que hay que estar en la arena mediática y tecnológica siguiendo la tendencia inaugurada por Benedicto XVI con su cuenta de Twitter que ha continuado el papa Francisco. Pero ¿qué tal se llevan Dios y los media? ¿Lo religioso, lo espiritual -en este caso, lo evangélico- es susceptible de comunicarse a través del encuentro digital o hay algo entre ambos que los hace irreconciliables?

Pues bien, Hadjadj parte de un ejercicio de imaginación que  planteó a sus estudiantes como tema de disertación : ¿qué pasaría «si la Iglesia controlara los mass media y las redes sociales? ¿Le daría eso alguna ventaja de cara a la Nueva Evangelización?». Sería, como decíamos,  algo parecido a preguntar si lo divino, lo evangélico, puede circular por la red con la misma fluidez y autenticidad que el resto de las ideas posmodernas que la inundan, o si, por el contrario, lo tecnológico y lo teológico encierran algún grado de incompatibilidad.

Comienza Fabrice reconstruyendo con humor la realidad de esa hipótesis imposible:  una Iglesia que «tuviera los mandos del poder mediático y digital […] para difundir la Buena Noticia» en la que los obispos son estrellas mediáticas con tribunas en todos los diarios más importantes, los discursos del Papa son difundidos una y otra vez por todos los medios, se cargan automáticamente en todos los Ipods, son retransmitidos en prime time por televisión y son lo más visto en YouTube;  «religiosos y laicos ocupan los platós de las emisiones con más audiencia […]; La Santa Faz aparece miles de millones de veces en Facebook; […] los curas se benefician de los mejores expertos en imagen; a la misa le cambian el look expertos en comunicación y excelentes escenógrafos –cuántas veces hemos oído la queja del aburrimiento eucarístico, de su desfase con la sensibilidad actual, especialmente de los jóvenes, etc…– ahora son grandes espectáculos de luz y sonido…» etc. Un sueño para el predicador que ya no es solamente un cura sino un community manager… Un sueño en el que, sin embargo, se introduce una duda cuando al sacerdote-comunicador le toca predicar la tercera tentación de Cristo: “Todavía lo lleva a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria y le dice: “todo esto te daré si postrándote me adoras”. Dícele entonces Jesús: “Apártate, Satán, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. O las palabras de San Juan en el proceso ante Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí”.

Después de esta advertencia evangélica que pone en cuestión ya desde el inicio la búsqueda del poder y la influencia temporales, que hoy, sin duda, se expresan a través de los medios, Hadjadj plantea la idea de que los medios no son neutros y que, por lo tanto, influyen en el mensaje Cada medio, nos viene a decir, modifica el mensaje, forma parte de él, lo cambia, lo constituye. «Damos forma a nuestras herramientas y luego nuestras herramientas nos conforman a nosotros», decía McLuhan. La tecnología no es neutra, como piensan algunos ingenuos, sino que tiene mayor influencia, a veces, que el mensaje mismo.  Cada medio es, en cierto modo,  el mensaje y quizá lo evangélico hecho para el encuentro personal, se pervierta, cuando intenta utilizar medios de masas. Lo esencial es invisible a los ojos y hoy vivimos un mundo en el que lo que no se ve tiene difícil existencia.

Resultado de imagen de tele Lo esencial es invisible a los ojos

Por otro lado, Comunicación no es lo mismo que comunión  –nos dice–: «Comunicamos cosas. Estamos en comunión con personas». Creemos a menudo equivocadamente que el mensaje evangélico es «decir algo de algo», en vez de decirle «a alguien de alguien»; o que «lo dicho es más importante que el decir, […] que el mensaje está antes que el mensajero». En definitiva: es un profundo error «creer que lo esencial de la Palabra Buena está en una propaganda de ideas, más que en un encuentro de personas». Y añade para rematar: «nos podríamos preguntar por qué se encarnó el Verbo, cuando habría podido digitalizarse directamente en nuestros discos duros».

La crítica a la tecnología como medio de comunicación que subyace en este planteamiento, y que vale tanto para lo religioso como para lo profano, consiste en la afirmación de que es muy eficaz para la conexión, para la trasmisión de ideas, pero no para la verdadera comunión personal en la que se necesita a las personas físicamente presentes mirándose a los ojos. El poder tecnológico «nos prodiga medios extraordinarios para la difusión del mensaje, pero nos priva del único medio de encarnación del mensaje en el mensajero». Es una ilusión, un sucedáneo: «podemos enviar nuestro mensaje simultáneamente a mil sitios de la tierra, pero no nos enviamos a nosotros mismos, nos quedamos en el sillón, parapetados tras la pantalla». E insiste: «difundiendo mi mensaje por las redes de la World Wide Web, puedo creer que he cumplido mejor el mandato de Nuestro Señor: “id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. En realidad no he ido a ninguna parte […], habré amado a la humanidad lejana, pero no habré amado a mi prójimo

Distingue después, citando a Maritain, entre medios materiales ricos, muy eficaces con las cosas materiales, y medios materiales pobres, superiores a los primeros cuando se trata de lo espiritual: «Para vender un detergente que lava la ropa más blanca, es mejor una gran campaña publicitaria que una confidencia al oído. Pero, para anunciar la misericordia que lava el alma del pecado, es mejor la confidencia, e incluso la penumbra del confesionario». Dos mundos distintos. Quizá antagónicos.

Esa distinción entre medios le sirve para enunciar una serie de oposiciones muy pertinentes entre  la conexión mediada tecnológicamente y la comunicación física: «Los medios materiales ricos permiten una difusión más amplia, pero también más anónima. Alcanzan en general a todo el mundo, pero no tocan a nadie en particular, [y sobre todo] no dejan tocar a su emisor». Se sitúan en la nebulosa que Heidegger denominó la “sin-distancia”. La aparición televisiva «no es ni próxima ni lejana: parece ocurrir en nuestro salón y, no obstante, allí no hay nadie». «Es una cuestión de presencia» nos dice. «Ante la pantalla, las apariencias son ricas, pero la presencia es nula. Ante el ostensorio, –la presencia eucarística–  las apariencias son extremadamente pobres, pero la presencia es divina» aunque no sea muy comunicativa: incluso «se podría decir que el Verbo se presenta en ella bajo una forma bastante taciturna». Los medios «pueden franquear las distancias, pero no permiten la proximidad. Nada puede reemplazar a esta última. Los sacramentos lo demuestran: para comunicar lo más grande que hay, la gracia, exigen siempre la proximidad física. No se puede confesar por teléfono. No se puede descargar telemáticamente el Cuerpo de Cristo. La comunicación más elevada ignora las altas tecnologías de la comunicación. […] Es comunión de personas y, por tanto, presencia real de una ante la otra, ofrenda recíproca de rostros».

Resultado de imagen de hadjadj fabrice Puesto que todo está en vías de destrucción

Es curioso a este respecto, cómo McLuhan –otro converso, por cierto– razona de un modo tremendamente parecido que ya hemos recogido en otro post anterior. Para él, la fe era un medio para conocer la realidad, tan eficaz como los sentidos. Realidad material e inmaterial están profundamente imbricadas igual que lo están el cuerpo y el alma. Dios usa la materia –el pan, el vino, el aceite, el gesto,- como elemento sacramental. El hombre utiliza  también sacramentalmente el cuerpo como elemento comunicador de su ser personal. Cuando para superar la distancia que nos separa, hemos ido incorporando extensores mediáticos cada uno menos corpóreo que el anterior –escritura, libros, cartas, teléfono, televisión, e-mail, sms, whatsapp…–, parecería que, por su eficaz magia tecnológica,  hacemos la comunicación más espiritual y más directa pero, en realidad,  lo que hacemos es desencarnarla. «Cuando usted está en el teléfono o en el aire, no tiene cuerpo», dice McLuhan. La era de la electrónica es, pues, fundamentalmente anti-sacramental por anticorpórea. No hace actual lo intangible a través de la materia tangible, sino que más bien toma cuerpos tangibles y los desencarna, convirtiendo a una persona en una serie de impulsos digitales que están presentes por todos lados y en ninguna parte al mismo tiempo. La persona está y a la vez no está. Y el espíritu humano está incómodo con las comunicaciones cada vez más potentes que dejan el deseo de comunión personal a través del cuerpo –la mirada, el gesto, la voz, la presencia…–cumplido solo a medias.

Lo auténticamente religioso, porque es precisamente auténticamente humano, necesita de esa cercanía, de esa presencia  cada vez más escasa por influencia de la tecnología y que por eso se va a convertir en un valor. «Cuanto más conectada esté la gente al ciberespacio –nos dice Hadjadj–, más increíble, extraordinario y ultratecnológico les resultará encontrar personas reales, aquí, ahora, justamente delante de ellos, hablándoles del misterio de su presencia común. La gran novedad, el gran milagro incluso, en un universo globalizado y pixelizado, es la proximidad física». (Y esto, dicho sea de paso, vale también para las aulas en las que la presencia profesor-alumno es absolutamente insustituible por ninguna tecnología).

Es «la aventura del cara a cara» que no puede ser sustituida por ningún poder tecnológico, es «intentar acoger el rostro del otro» que, hoy  –fotografiado,maquillado, cepillado, liftado, botoxizado, inventado… y a pesar de los millones de selfies– «ya no es un rostro sino una máscara», dice citando a Günther Anders. Y, finalmente, termina: «El poder de la tecnología hace obsoleto el rostro: en su lugar, tenemos perfiles, pseudónimos, avatares, todo lo que se interpone para impedir la experiencia del cara a cara. La pobreza evangélica recupera esa experiencia del cara a cara, esa aventura del uno completamente contra el otro».

Finalmente sí, de acuerdo, Dios está en todas partes. Accesible. Disponible. Pero siempre encarnado en nosotros, los hombres. Por eso las redes, el plasma, la fibra óptica y las ondas electrónicas pueden trasladarnos cristianismo de ideas, imágenes de Dios y habrá que utilizarlas, por supuesto. Pero difícilmente pueden llevarnos a Él, al que sólo encontraremos en la Palabra, hecho Pan y hecho Vino, dentro de nosotros mismos o en los ojos, en el corazón, y en la carne de los otros.

Referencias

«Tablette vs table» en el blog

 Puesto que todo está en vías de destrucción, Fabrice Hadjadj, Nuevo Inicio, Granada, 2016

Post del blog en el que se expone el pensamiento de McLuhan