Un estudio británico citado por generacionesinteractivas.org llega a una interesante conclusión sobre los efectos que el uso de los móviles tiene en los jóvenes. El estudio dice muchas cosas, pero hay una especialmente interesante por su poca obviedad: en muchos casos el móvil puede constituir un obstáculo para la autonomía personal porque hace efectiva la presencia y por tanto la presión permanente del grupo en el bolsillo y en la mente del portador. Es el cordón umbilical que le liga inquebrantable a la comunidad externa a la que pertenece y que le está enviando continuamente mensajes y llamadas recordándole que sólo existe en la medida en que los otros le refieren y que, además, debe existir de ese modo y no de otro. Los jóvenes usuarios disfrutan mucho de esta sensación de permanente presencia de aquello que antes les permitía crecer frente a la autoridad de sus padres. Pero ahora, como todo lo excesivo, empieza a ser para muchos de ellos una agobio en vez de una liberación. No hablamos de ciberbulling telefónico, sino de algo mucho más simple, cotidiano y frecuente: ciberpresión.
Ana se viste y se maquilla para salir y se autofotografía enviando su imagen a su pandilla de amigas que con varios mensajes le dan su visto bueno o le remiten su censura. Son su espejo sin el que ella no es nada.
Pedro se va a acostar y el móvil, encendido y silencioso, le mantiene en vilo y en vela haciéndole dudar de su existencia hasta que el beep-beep del mensaje se la confirma como si fuera un beso de buenas noches. Recibo, luego existo.
De ese modo, el móvil es una pequeña pantalla con un gran potencial simbólico. Los demás nos vienen muy bien, los necesitamos para crecer, pero también necesitamos desligarnos de ellos para encontrarnos a nosotros mismos. Necesitamos espacios libres en los que el grupo no nos asfixie. La casa, tenía antes ese carácter de refugio en el que los otros no tenían cabida. Y eso se percibía como una amenaza, cuando en realidad es, como muchos están comprobando ahora, una liberación.
Por eso es tan imaginativa y acertada -aunque no sé si fácilmente realizable- la idea de crear un aparcamiento de móviles en casa que obligue y recuerde que el hogar es un espacio libre de móviles, libre de interferencias, libre de referencias simbólicas ajenas a la comunidad que forman padres e hijos. El entrar en casa debería ser como un parto invertido en el que el móvil que me ata y me liga a otras comunidades queda cortado y nazco así a una nueva comunidad, la casa, en la que son sus miembros los que constituyen mi única referencia mientras permanezco en ella. Dejo el terminal en la entrada y lo apago como los japoneses dejan en la entrada sus zapatos y van descalzos o en zapatillas. De ese modo en los zapatos se quedan todos los residuos exteriores sin entrar en contacto con el suelo familiar. Es un acto que me obliga y a la vez me libera. Tengo un espacio al menos en el que yo soy un yo doméstico y privado y no un yo social reflejado en los otros.
Pasemos del parque móvil exterior, al aparcamiento doméstico del móvil.
Usemos las pantallas, pero no las consumamos o seremos consumidos por ellas



Es el móvil y el ordenador que se enciende al llegar a casa como se enciende la luz de la habitación. Sin ella no se puede hacer nada. Ya no somos uno. Somos un grupo.
No es porque no pille el inglés hablado prácticamente nada sino porque me ha agobiado mucho, he apagado el larguísimo video más o menos sin llegar a su mitad.
Enseguida me he encontrado en desacuerdo con este tipo de productos que para explicitar un fenómeno (en este caso el del Cyber Bullying) lo «actúan» en sus propios personajes. Nada de lo que he visto me parece creíble es decir, útil. Ese niño, el protagonista, me parece un actor, no ése niño real, que (seguro) no padece cyber bullying ninguno. Ésa mamá que habla con su hijo desde la puerta entornada (medio dentro, medio fuera, ella) del cuarto del niño, no es una mamá real (por supuesto) ni normal, ni verosímil, ni útil.
Este vídeo es, en suma, una visualización de «todas» las literaturas, las noticias, las estadísticas, las tertulias, los ensayos y estudios, … puestos en escena para decirnos : «Houston, tenemos un problema» y es ése justamente (no otro), el que nos están mostrando.
Pues no, ladies and gentlemen: lo veo tan falso, tan «general», como en su día vi el spot del «póntelo, pónselo», o más recientemente el de las mujeres maltratadas, no podemos conducir por ti, sin dejarme allá por el intermedio el de «Hacienda somos todos». Todo mentira. Nada de amor en sus entrañas.
Pepe, nos decía en el anterior post y nos lo explicó perfectamente con el tránsito de la tradición oral al libro masivo, a la imprenta, que «En definitiva, toda introducción de una nueva técnica (tecnología) supone un sacrificio». Pues claro que sí. Siempre estaremos obligados a entender de verdad las cosas y a darles su correcta funcionalidad. La que que le demos nosotros, no estas píldoras «pedagógicas». Y no el ratito de la comida sino las 24 horas del día, todos los días del año.Por cierto: mientras los móviles están aparcados y la familia disfrutando el reducto de mismidad que es el hogar, ¿el papá está viendo los informativos o los deportes? tan importantes e imprescindibles ellos y ¿la mamá ultimando los últimos detalles con sus amigas o escuchando tiempo y tiempo a su verborréica interlocutora al otro lado del fijo?
No amo la televisión, más bien me enerva, pero más me molesta aún que me quieran sustituir. El uso de los móviles, como el uso del lenguaje, el deber de la higiene personal, la buena educación (como acto de consideración y aún de amor al prójimo), las conversaciones padres-hijos, etc, son el verdadero «sacrificio» que han de recibir de los padres sus hijos. Lo demás vendrá todo mejor encarrilado.
Desde luego no voy a decirles a mis hijos: «venid, ved que vídeo mas interesante en el que se explica qué es y cómo debes defenderte del Cyber Bullying». Porque estamos antes los padres. O ¿es que ya que en su día, rendidos ante la televisión, no los educamos «casi», vamos a dejarle a esta ahora el trabajo de recuperarlos?
Insisto en dos estrategias: ver sólo lo que de antemano se ha decidido ver y no ver la televisión todos los días.