Mi hijo me habla con el entusiasmo romántico de Espronceda en su Canción del Pirata, de Anonymous, el anónimo y misterioso grupo de hackers que circula por la Nube como los filibusteros navegaban por los mares del sur.
«El conocimiento es libre. Somos Anónimos. Somos Legión. No perdonamos. No olvidamos. ¡Esperadnos!»

Así reza su bandera.

Una red libre, dicen, es una web sin control.

Sin embargo…, si no hay control no hay tampoco derechos y libertades, no hay transparencia. Y, tras las dos tibias y la calavera, se puede ocultar cualquier corsario que a sueldo de otro y ocultando su bandera real, haga lo que le venga en gana impunemente: robar, mentir, intoxicar, maldecir…

Si nadie me puede controlar, nadie puede tampoco protegerme ni garantizar mis derechos.

Porque el derecho, la ley, la regulación de la convivencia, es la garantía de los débiles y no su mordaza.

O debería  serlo.