Mi hijo me habla con el entusiasmo romántico de Espronceda en su Canción del Pirata, de Anonymous, el anónimo y misterioso grupo de hackers que circula por la Nube como los filibusteros navegaban por los mares del sur.
«El conocimiento es libre. Somos Anónimos. Somos Legión. No perdonamos. No olvidamos. ¡Esperadnos!»
Así reza su bandera.
Una red libre, dicen, es una web sin control.
Sin embargo…, si no hay control no hay tampoco derechos y libertades, no hay transparencia. Y, tras las dos tibias y la calavera, se puede ocultar cualquier corsario que a sueldo de otro y ocultando su bandera real, haga lo que le venga en gana impunemente: robar, mentir, intoxicar, maldecir…
Si nadie me puede controlar, nadie puede tampoco protegerme ni garantizar mis derechos.
Porque el derecho, la ley, la regulación de la convivencia, es la garantía de los débiles y no su mordaza.
O debería serlo.
Las dos cosas, Pepe: lo es y debería serlo. Menos mal que no has dejado de incluir la última línea de tu post. En este país (en otros, ni idea) son muchos, demasiados ya, los casos en que parece que los controles se han pintado de color rojo. Solo rojo. Y yo siento ya un sofoco difícil de soportar.
Tal vez por ir en cursiva negrita subrayada y ¡en rojo! no he resistido la tentación de pinchar «Anonymous». En sus últimos años oía a mi padre decir una y otra vez lo contento que estaba de tener la edad que tenía (es decir, abultada). Nunca pensé que yo lo iba a decir también. Pero eso es lo que me he dicho a mí mismo después de leer el artículo en WikipediA sobre «Anonymous». No entiendo ni chufa. Puro chino.