Hace unos días, hace unos posts, publicábamos la influencia mediática a acelerar ciertos rasgos evolutivos en el desarrollo de los chavales: ¿precocidad o procacidad?, nos preguntábamos; y ampliábamos la información con la difusión de algún interesante estudio en un apéndice.
Lo paradójico es que esta aceleración hacia la vida adulta de los niños va emparejada con algo que hemos repetido aquí muchas veces: la infantilización de los adultos. La obsesión por ser joven, ralentiza el crecimiento y la adolescencia se alarga, a veces, indefinidamente. La vida adulta se presenta casi como una enfermedad triste y no digamos nada de la vejez, que como la muerte, han desaparecido del horizonte simbólico como tabúes inaceptables. «Adultescentes» o «kidults» en su versión anglosajona. «Kippers» («Kids In Parents’ Pockets Eroding Retirement Savings», criaturas enganchadas a los bolsillos de los padres alimentándose de sus ahorros para la jubilación) los conocidos como Ni-nis.
¿Sabían que hay algunos movimientos para formar asociaciones de padres en las universidades?
Usen las pantallas, no las consuman o serán consumidos por ellas.
Tal vez, estos niños-adultos y estos adultos-niños de que nos habla el post, encuentren en la enseñanza del canalillo del culo su única posible señal de individualidad personal que mostrar.
Como siempre, las culpas van repartidas: de un lado, la sociedad ha vaciado de las personas (mediante la ideología, el consumo, el capitalismo y la injusticia) la ilusión, el atractivo de hacerse a sí mismas; de otro, muchas personas han encontrado una eficaz (pero no inteligente) manera de verter fuera de sí la rabia de sentirse «nada» a través del abandono total de intentar «ser algo».
Y ahí, en ese territorio social de la conducta precoz, procaz, y pretendidamente «transguesora» (en realidad son juguetes de la uniformidad y ésta hay que «comprarla») , coinciden, por lo visto: ambas generaciones se encuentran cómodas juntando fuerzas para modificar la realidad, combatir «lo verdadero», insultar lo distinto y meritorio, en suma: para sentir que son «algo», incluso «algo, mucho mejor» que la sociedad a la que se enfrentan o, simplemente, desprecian.
José Luis Rodríguez Rigual