Desde el minuto 01:16 hasta el 02:37
Más chavales. Esta vez de Infantil; desde muy pequeñitos, auriculares, mesas con pantallas táctiles, pizarras y bolígrafos digitales. Plano medio de Punset que se pregunta con su peculiar facilidad de palabra lo siguiente:
«¿Los niños de hoy son distintos de lo que éramos los mayores de ahora? Porque si somos distintos de lo que son los niños hoy, no cabe ninguna duda de que hay que cambiar, hay que transformar el sistema educativo. Un sistema educativo no puede estar calcado, confabulado (sic) para reproducir el pasado, sino que tiene que ser un sistema que permita a los niños del futuro conseguir el trabajo que buscan y que ahora no encuentran. Una de las cosas que veremos en este programa de Redes es que para conseguir esto, hace falta adquirir nuevas habilidades, nuevas competencias. Desde luego conocer los ordenadores y los videojuegos muchísimo mejor de lo que los conocíamos nosotros, pero también aprender a trabajar en equipo, saber algo de lo que significa la invención o la innovación disruptiva y sobre todo gestionar, saber gestionar las emociones básicas y universales con las que venimos al mundo»
[Evidentemente se trata de una pregunta retórica: de nuevo todo el mundo sabe que son distintos, luego habrá que cambiar el sistema. Más difícil es describir de qué modo son distintos, ¿verdad? Y nada de plantearse por qué son distintos. De ninguna manera, nada de pensar si ese ser distintos es mejor o peor. Y, sobre todo, si son inevitablemente distintos o podemos hacer algo para que sean menos “distintos”. Pero este programa de Redes no está por la labor de profundizar. Son distintos, ya se sabe, y basta. Sin embargo, yo estoy convencido de que los niños de hoy son seres humanos iguales a los de hace un siglo. Lo que ha cambiado no es su naturaleza, como en una mutación. Lo que ha cambiado es el entorno social, familiar, educativo en el que viven, crecen y se educan. Como a la familia, al sistema educativo no hay que pedirle tanto adaptación, sino exigirle que diagnostique bien ese cambio, sabiendo detectar las oportunidades y los riesgos que genera para aprovechar las unas y afrontar los otros. Para conseguir lo de siempre, ayudar a crecer a los alumnos de cada época.
Y de nuevo en las palabras de Punset, esa tendencia tan moderna y tan capitalista de ver en la educación no un sistema para preparar a los niños como personas, para la vida, sino una plataforma para el trabajo, para el mercado. Y por lo que dice, sin explicarlo, es que para eso es muy útil conocer los ordenadores y los videojuegos. Y utilísimo también para aprender a trabajar en equipo y gestionar sus emociones…, lo tienen todo esos aparatitos mágicos. Me imagino al papá de Juanito – 14 años de explosión pubertaria– en su casa diciendo: “ya me he quedado atrás, soy imbécil, yo que creía que lo que tenía que hacer Juanito era estudiar; le controlo el tiempo que pasa navegando, wasapeando, tuentitonteando, jugando a la Play, viendo la tele… en vez de hacer los deberes; no quiero que esté aislado relacionándose con los demás con la pantalla como intermediaria y… resulta que mi chaval va a adquirir menos competencias y habilidades por mi retrógrada manera de pensar. Nada. A partir de mañana pantallas a tope; no va a ser mi chico menos innovador disruptivo que los demás. Gracias, amigo Punset”.
Y así nos va.
Referencias:
Texto completo de la deconstrucción
Toda la deconstrucción completa
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Toda la deconstrucción completa
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Estupenda deconstrucción, sí señor. No hace mucho leí, como siempre ¡maldita sea! no recuerdo dónde ni a quién, que el lenguaje utilizado por la progresía, entendida en sentido amplísimo, es fundamentalmente aseverativo. La cosa no deja de tener su lógica: inmersos en un mundo indeterminado y relativista, la razón y con ella la argumentación han sido desprestigiadas hasta su laminación. Si a cada argumento se le puede oponer otro y ninguno de ellos es capaz de vencer porque el lenguaje ha devenido asintagmático, no unívoco, interpretable, mediado por lo sensible, etc, etc, ¿para qué argumentar? Lo que funciona es la aseveración como expresión de la debilidad intelectual de los enunciados. Pareciera que de tener que justificarlos perdieran éstos su verdad, dado que aseverar no es otra cosa que enunciar «verdades». Y el hombre de todo tiempo, de éste también, no puede vivir sin «verdades», así que si no pueden adquirirlas por la vía de la experiencia, la reflexión, la inteligencia, la historia, la tradición, las ciencias puras, etc, las construyen directamente y problema resuelto. Es comprensible su temor ante el orden establecido milenariamente. Es comprensible su denuncia de integrismo de toda crítica inteligente. Porque, del mismo modo que no necesitan justificar sus afirmaciones tampoco poseen, por ello, la menor capacidad autocrítica.
José Luis
Si como afirma Sánchez de Muniáin en su obra «La vida estética» (BAC, Madrid, 1981),
No podemos vivir sin verdades. Por eso el medioambiente relativista se nos hace irrespirable. La verdad es el oxígeno que buscamos desesperadamente. Lo que me cuesta entender es cómo se puede conformar uno con verdades sucedáneo que finalmente son, en realidad mentiras por muy bien vestidas que estén.
Una parte ínfima de la explicación de ese «conformarse» puede ser la que he comentado. Quizás no es tanto admitir un «sucedáneo» -a sabiendas de que lo es-, como dar por suficiente una «simulación»: vivo «como si» mi verdad fuera la verdad (porque es la mía). No es mi caso, por cierto. Ni el tuyo, me consta. El tema es apasionante.
José Luis